16 mayo, 2025
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Una noche en Budapest cruzó a una mujer comprometida con un argentino que no buscaba amor: “Con vos me voy a casar”

¿Acaso nuestra historia ya está escrita? Hubo un tiempo en que Gustavo creyó que sí. Nacido en un pueblo argentino, había sido criado para seguir los pasos de su padre, algo que durante tres décadas cumplió con pocos cuestionamientos, hasta que en una de sus tantas noches de insomnio dijo basta: quería alejarse de todo.

Sin pensarlo demasiado, Gustavo tomó sus ahorros, compró pasajes con un regreso para dentro de tres meses, empacó lo que pudo, le dejó el celular a su hermano para aislarse del mundo y se fue a Europa. Sucedió el 12 de agosto de 2014.

En aquel viaje, Gustavo no buscaba a nadie, o tal vez buscaba lo más importante: encontrarse a sí mismo. Lo que jamás imaginó es que su travesía de autodescubrimiento lo llevaría a vivir la aventura más importante de su vida, donde el amor verdadero es inspiración y motor para la transformación.

Gustavo le dijo basta a todo.

Una noche en Budapest y una sensación inesperada

Argentina acababa de perder el Mundial y Gustavo decidió recorrer el viejo continente casi por completo, pero determinado a esquivar Alemania por prejuicios y por rabia a la copa perdida. Anduvo varias semanas solo, absorbiendo otros aires y reencontrándose con su identidad. Recién en el último tramo de su periplo dos amigos se sumaron a su viaje y juntos encararon hacia Europa del Este, donde, sin saberlo, una mujer llamada Cecilia lo aguardaba para torcer su camino.

Cecilia, mexicana, había viajado para una boda. Ella tenía novio, pero fue durante esos días lejos, que comprendió que en soledad y junto a sus amigas, había recuperado algo de sí misma que hacía tiempo se hallaba perdido: “En ese viaje a Europa volví a ser yo misma”, rememora hoy.

Gustavo, durante su viaje.

El último día de su travesía, antes de regresar a México, Cecilia había recorrido Budapest hasta el cansancio. Aun así, con una cuponera en mano, les insistió a sus amigas acerca de un bar al que debían ir: “Todas estábamos agotadas, mis amigas no querían. No sé por qué insistí con ese lugar”, dice hoy pensativa. Y fue allí, en aquel bar de Budapest, que Gustavo y Cecilia se conocieron.

Ella, de novia, vio algo peculiar en él, pero decidió tratarlo con distancia. Él le preguntó en inglés de dónde era y se rieron cuando descubrieron que compartían idioma. Apenas bastaron algunas palabras para que Gustavo sintiera lo que jamás había atravesado su corazón: Cecilia era la mujer de su vida.

Convencido de su sentir, en un impulso le dijo que con ella se iba a casar: “Me contestó que era imposible porque tenía novio. Respondí que no me importaba y la presenté como mi futura esposa a mis amigos”, cuenta Gustavo.

La noche en Budapest.

Nada pasó aquella noche, salvo su conversación suspendida en el tiempo en aquel rincón remoto. Ella volaba de regreso a su hogar al día siguiente y no le dejó ningún tipo de contacto, aun así, Gustavo había sentido algo tan fuerte por ella, que siguió convencido de que había hallado a la mujer de su vida.

Una propuesta de boda y un no que cambió la historia

No había sido Gustavo, había sido todo el viaje. Al regresar a su tierra, Cecilia entendió que necesitaba tomar distancia de su noviazgo en México, los días lejos le habían devuelto su norte, y le urgía asimilar sus pensamientos con más calma y aire. Pero entonces, justo cuando intentaba expresar su sentir, su novio se arrodilló y le pidió casamiento: “Sentí un dolor de estómago muy fuerte y le dije que no”, rememora. Aun así, el corte no fue definitivo, tal vez necesitaban ir más lento, argumentó ella, pero ese pulso no arribó ni era su camino.

Para Cecilia, era otro su destino.

Mientras tanto, sin tener su contacto telefónico ni sus redes sociales, Gustavo le enviaba mensajes esporádicos a través de los amigos en común, aquellos que sí habían quedado en comunicación luego de la noche en Budapest. Tiempo después, finalmente logró tener su Facebook, pero allí nada fue demasiado fluido. Él enviaba algún que otro mensaje colmado de esperanza, convencido de que ella era su destino, pero Cecilia tan solo contestaba distante.

Todo cambió cierto día, en vísperas de las Fiestas. Cecilia no deseaba vivir la vida que estaba llevando. Entonces, finalmente, comprendió que debía cortar el vínculo con su novio mexicano.

Fue tres meses después de conocerse en una noche en Budapest, que Gustavo supo que ella había tenido una propuesta de matrimonio y que la respuesta había sido: no. La mujer de su vida podría haberse deslizado de su horizonte para siempre, sin embargo, ahora un futuro prometedor emergía ante él.

Un futuro prometedor. (En la foto: Cecilia y Gustavo)

Lanzarse al vacío y volver a empezar

La revelación de que el corazón de Cecilia ya estaba libre colmó a Gustavo de coraje. Convencido de sus sentimientos nacidos en una noche europea, el argentino decidió abrir otra ventana inesperada: compró pasajes para volar a México y llegó dispuesto a conocer realmente a la mujer que creía que se transformaría en su esposa.

Antes de su llegada, el plan de Cecilia había sido tomarse semejante evento con calma. La conexión entre ellos, sin embargo, se intensificó instantáneamente. El reencuentro en el aeropuerto fue mágico y marcó el inicio de un viaje prometedor. Gustavo se instaló en Monterrey por un mes sin saber nada del país ni sus costumbres, lo que generó varios malos entendidos, a pesar de compartir el mismo idioma: “Desayuno puede decirse igual, pero significa algo distinto en México. ¡Y puede resultar muy picante”, dice Gustavo entre risas, a modo de ejemplo.

Llegada a Monterrey

Sin embargo, nada frenó su amor. En pocos días, la atracción de Budapest se transformó en un enamoramiento, y un mes fue suficiente para que Gustavo decidiera dejar Argentina para volver a empezar en México.

“¡Cuéntale a Dios tus planes y se reirá de ti!”

Más de una década ha pasado desde la noche en Budapest, un lugar en el mundo impensado para encontrar el amor, un punto en el mapa que unió a un hombre y una mujer de dos tierras alejadas entre sí, pero con algo en común dentro de su ser: deseaban encontrarse a sí mismos, volver a su esencia y forjar su identidad. En ese camino, y sin imaginarlo, también hallaron el amor.

Gustavo y Cecilia.

En 2016 se casaron. Juntos vivieron tiempos felices en México, otros tantos en España e, inesperadamente, en Alemania, ese país que Gustavo había querido esquivar. Allí fueron padres de mellizos, otro evento impactante que los colmó de amor y enseñanzas.

Hoy, de nuevo en México y con un tercer hijo que iluminó sus vidas, Gustavo no sabe qué puede deparar su destino. Él suele decir: “¡Cuéntale a Dios tus planes y se reirá de ti! El cambio en la vida sigue y no sabemos hacia dónde nos puede llevar…”

La boda

“Hay muchas barreras que tuvimos que atravesar, no solo primero por la distancia, sino por lo que llegó después en cada destino. Por otro lado, hablamos el mismo idioma pero la cultura de cada uno es muy diferente; nuestra historia me enseña a que siempre se debe tratar de hacer posible lo que parece imposible, y entender que es un desafío de cada día”, dice Cecilia.

“Y también aprendí que nunca sabes cuándo vas a encontrar el amor de tu vida”, continúa ella. “La noche que conocí a Gustavo, ese día habíamos hecho mil cosas, estábamos cansadas con mis amigas, pero insistí que debíamos ir a ese bar. Yo no sé por qué estaba aferrada de que quería ir a ese lugar, y bueno, fue ahí que lo conocí a Gustavo. Algo dentro de mí decía que fuera ahí”.

Gustavo, Cecilia y sus hijos, hoy.

“Yo la conocía a Ceci en un momento donde no buscaba nada. El amor, entendí, no se puede buscar, solo llega, en especial cuando menos lo estás buscando”, reflexiona Gustavo. “Y comprendí cómo el amor te cambia. Conocer a Ceci me transformó de manera profunda. Ceci a mí me hizo bien, me hizo mejor persona. Me queda mucho por aprender, pero siento que me puso en el camino correcto, donde disfruto mucho más de la vida”, concluye.

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​Dos extraños de países alejados se conocieron una noche en Budapest…